lunes, 5 de septiembre de 2011

13

Periodista. Escritor. Músico. Deportista. Ingeniero. Analista de sistemas. Abogado. ¿Que será Ciro cuando sea grande? ¿Cumplirá mis expectativas, mis proyecciones, mis deseos frustrados, inconclusos? ¿Tendrá novia a los 13? ¿Irá a los bailes con sus amigos? ¿Al cine? ¿Qué música escuchara? ¿Qué ropa usara? ¿Pertenecerá a alguna tribu urbana?

Las preguntas sin respuesta, pero con un futuro esperanzador que nacían de la nada, en los viajes en colectivo, en mesas de café de un microcentro plagado de gente enajenada, viéndolo dormir, jugar, sonreír, en un instante contundente y rotundo como un golpe de látigo, se esfumaron. O mutaron. ¿Había futuro?

La adolescencia es un cimbronazo de casi tal magnitud como los primeros días de escolaridad. Pero mucho más intensos. Los niños dulces se transforman en muchachos hormonales. Las nenas de moños rosas en pequeñas mujercitas maquillándose en los baños de los shoppings. Y Ciro todavía prefiere jugar con sus muñecos a un shopping lleno de pibes de su misma edad. No siempre, pero la mayoría de las veces.

No sé si Ciro será periodista, escritor, músico, deportista, ingeniero, analista de sistemas, abogado. No me interesa en lo más mínimo que título obtendrá o si tendrá alguno. No me preocupan ni sus ropas, ni mis deseos frustrados, ni mis sueños rotos, ni mis proyecciones. Solo me importa que él sea feliz. De la manera que él quiera, con quien quiera y como pueda. Ser feliz es mucho más difícil que recibirse de abogado. Solo quiero que me siga mirando con sus ojos de cristal.

^Por Lorena Morena
]]>